Por Leticia del Pilar Campos Olivares. Académica del Departamento de Ingeniería de Minas, Universidad de Atacama, Copiapó.
“¡Adelante! Estudiante minero
que tu alma tesoro ya es
alma noble forjada en la escuela
del estudio, esfuerzo y el bien!”
Así es la primera estrofa del Himno de la Escuela de Minas de Copiapó. Cuántas generaciones de estudiantes mineros han entonado con orgullo su letra; miles y miles deben ser. Porque estudiar en esta Escuela nos sitúa en la Historia de Chile, en una historia que siempre se ha involucrado con la minería. No olvidemos que la Escuela de Minas de Copiapó, se crea por la necesidad de preparar trabajadores calificados y profesionalizar la industria de la Minería de la Plata, que surgió por el descubrimiento del Mineral de Chañarcillo en 1832, realizado por un humilde pastor diaguita llamado Juan Godoy.
Desde esa fecha clave para la historia de nuestro país, nace como la llama de una lámpara de carburo que ilumina los laboreos de un pirquén la Escuela de Minas de Copiapó; cuna de una infinidad de Ingenieros de Minas que se han desempeñado exitosamente en todo Chile y el Mundo. A estos egresados nos une un sentimiento de hermanos, de vivir las mismas experiencias, de caminar por los mismos jardines, de sentirnos orgullosos por contar con nuestra propia Mina Escuela, de pintar cada año una Insignia de la universidad, que grafica dos martillos mineros enclavados en el Cerro Candelero. Y así tantas otras cosas que hace que esta Escuela, a pesar de los años, siga viva y más viva que nunca, hasta haberse convertido en la Universidad de Atacama.
«En cada faena minera existe un minero UDA, los que en su gran mayoría viven en las mismas comunidades donde desarrollan su trabajo. Por tanto, que la empresa minera busque ser un “vecino más amigable” en los territorios donde está inserta, no es solo un compromiso, sino también una necesidad«.
En este mes que se celebra el aniversario de la Escuela de Minas de Copiapó, es necesario resaltar a esta institución, que durante más de un siglo y medio -desde su fundación un 11 de abril de 1857- se ha convertido en un referente para la Educación Minera del país. Enseñando desde la minería misma, en un laboratorio natural geológico-minero, que hace que sus estudiantes se involucren desde los inicios de su formación profesional con el mundo donde trabajarán a futuro, y que adquieran un sentido de pertenencia sin paragón, que anhelan muchas otras instituciones que han abierto carreras del área minera en la última década.
A pesar de las dificultades que ha pasado a lo largo del tiempo, con altos y bajos en lo económico, con edificios destruidos por incendios, y últimamente enfrentando dos eventos aluvionales que recorrieron el mundo, la Escuela se mantiene viva por sus salidas a terreno a faenas mineras de la región, por su Mina Escuela Casimiro Domeyko, por sus laboratorios in situ, por su patrimonio… Y por sobre todo, por la entrega de sus profesores y el entusiasmo de sus estudiantes, los que están siempre envueltos en un halo de misticismo, de una escuela de 166 años de historia. Y que hoy enfrenta nuevos desafíos y oportunidades en un contexto de cambios significativos en esta industria, en tecnología e innovación, y en la necesidad de una minería más sostenible y respetuosa de las comunidades.
Lo último es más que interesante, ya que nuestros egresados se desempeñan en todo el país. En cada faena minera existe un minero UDA, los que en su gran mayoría viven en las mismas comunidades donde desarrollan su trabajo. Por tanto, que la empresa minera busque ser un “vecino más amigable” en los territorios donde está inserta, no es solo un compromiso, sino también una necesidad. Es por eso que esta Escuela debe estar a la vanguardia en estos temas, ya que nuestros seres amados conviven también en esos espacios.
En cada 11 de abril, en la conmemoración del Aniversario de la creación de la Escuela de Minas de Copiapó, se realiza el Acto de entrega de los títulos a los nuevos profesionales de la Minería; por lo que se entona un nuevo himno: el de la Universidad de Atacama, el cual versa en su última estrofa:
“Oh primera escuela de mineros,
la fragua del tiempo te derrama,
fundida en el crisol de la esperanza
Universidad de Atacama”
En ese momento siempre me emociono hasta las lágrimas, ya que veo pasar mi historia como alumna y profesora en esta institución ¡La primera Escuela minera fundada en Chile! A la cual nuestras autoridades políticas y universitarias, públicas y privadas, deben proteger, apoyar y fortalecer; para asegurar su permanencia y éxito en el futuro, y así seguir formando mineros para nuestro país y el mundo.