Por Leticia del Pilar Campos, académica Departamento de Ingeniería de Minas , Universidad de Atacama
La Fundición Hernán Videla Lira, conocida también como Fundición Paipote, se erigió con orgullo en la década de los ’50, representando un hito en la tan anhelada industrialización de Chile. No obstante, su historia ha experimentado transformaciones significativas a lo largo de los años. En la década de los ’80, en Copiapó, se tejía una broma característica hacía los fumadores: «Echai’ más humo que la Chimenea de Paipote». En aquel entonces, la conciencia ambiental no estaba en el centro de las prioridades, y los posibles riesgos para la salud derivados de la exposición constante a humo nocivo eran ignorados.
Fue en 1993 cuando los habitantes de Paipote y Tierra Amarilla se organizaron para protestar por la contaminación, resultando en la declaración de la zona como saturada por anhídrido sulfuroso. Este suceso dio lugar a un Plan de Descontaminación que logró reducir los niveles de contaminación en la zona, aunque no por completo.
Este jueves 22 de febrero se realizó el cierre anticipado, aunque «temporal» de la fundición luego de 72 años de vida útil, fundamentado en la situación financiera de la empresa, los elevados costos para cumplir con las normativas ambientales y la antigüedad del complejo, lo que lo hacía inseguro para sus trabajadores.
«¿Por qué no podemos seguir el ejemplo de países como Canadá o Alemania, donde existen plantas industriales sin sacrificar a los pobladores y al medio ambiente? Esto da para pensar».
Contrario a las expectativas, la noticia del cierre no fue celebrada por los habitantes de la Región de Atacama. Meses antes, la profesora Sara Arenas, psicóloga ambiental, había realizado un estudio con sus alumnos para medir la percepción de la comunidad sobre la contaminación en Paipote.
Sorprendentemente, los resultados arrojaron que los habitantes del sector no deseaban el cierre de la fundición, sino que abogaban por la inyección de recursos para modernizarla, proyecto que lleva años sin concretarse y en el cual los habitantes tenían puesta su esperanza, considerando la arraigada identidad minera de la región.
Yo misma soy hija de Enami, ya que mi abuelo paterno dedicó casi 50 años de su vida laboral a esta empresa. Enami le brindó innumerables oportunidades; él siendo un joven campesino, sin ninguna preparación y con sólo enseñanza básica cursada, comenzó su trayectoria laboral en la Planta de Inca de Oro en la década de los ‘60. Para él, trabajar en la estatal era motivo de gran orgullo. Estoy convencida de que, si aún estuviera entre nosotros, sentiría una profunda tristeza por el cierre de la Fundición.
El cierre ha generado protestas por la pérdida de cientos de empleos, y también ha sembrado la desconfianza entre los sindicatos, quienes cuestionan el compromiso real de la empresa con la entrega efectiva de los recursos destinados a la modernización. La complejidad de la situación se amplía al considerar sus implicaciones a nivel nacional: la persistente dependencia de la exportación de recursos naturales no renovables sin valor agregado, junto con la falta de diversificación industrial, añade un nivel de complejidad a la economía chilena. ¿Por qué no podemos seguir el ejemplo de países como Canadá o Alemania, donde existen plantas industriales sin sacrificar a los pobladores y al medio ambiente? Esto da para pensar.