Por Leticia del Pilar Campos Olivares, académica del Departamento de Ingeniería de Minas, Universidad de Atacama. Copiapó
En los albores de 2005, cinco instituciones tradicionales con más de un siglo de experiencia en el ámbito minero fueron los pilares de la formación en Ingeniería de Minas en Chile. Estas instituciones – la Universidad de Antofagasta, la Universidad de Atacama, la Universidad de La Serena, la Universidad de Santiago de Chile y la Universidad de Chile – destacaban no solo por su legado histórico, sino también por proporcionar una formación sólida, tanto teórica como práctica. En aquel entonces, la calidad de la educación se evaluaba no solo en las aulas, sino también en laboratorios especializados y salidas a terreno, elementos cruciales que aún las distinguen.
En la última década, hemos sido testigos de una transformación impactante. El número de instituciones que ofrecen Ingeniería de Minas ha crecido exponencialmente, superando las veinte. Aunque esta diversificación ha democratizado el acceso a la educación minera en todas las regiones de Chile, también plantea preguntas sobre la capacidad del mercado laboral para absorber el creciente número de graduados. La atracción hacia la disciplina de Ingeniería de Minas a menudo se ha visto impulsada por los elevados salarios y el elevado porcentaje de empleabilidad asociado.
Según datos obtenidos de www.mifuturo.cl, la explosión en la oferta de programas de Ingeniería de Minas se tradujo en la incorporación de más de 1.500 estudiantes en primer año en 2023, además de otros mil que ingresaron a través de la continuidad de estudios, sumando un total de 2.500 estudiantes en Ingeniería de Minas. Cabe destacar que esta cifra no incluye a los alumnos que ya estaban cursando la carrera. Este aumento significativo plantea desafíos inminentes; se estima que aproximadamente el 50% de estos estudiantes podrían graduarse en cinco años, generando la entrada al mercado laboral de más de mil profesionales en el mismo período.
La saturación del mercado laboral es una preocupación válida, ya que con más de mil profesionales adicionales compitiendo por oportunidades laborales, podrían surgir tensiones en un mercado que, a pesar de su robustez, debe adaptarse a la nueva realidad. La calidad de la formación integral proporcionada por las instituciones educativas será vital para diferenciar a los graduados en este difícil escenario.
Con las postulaciones ya cerradas para el ingreso a primer año en 2024, se espera un nuevo contingente de estudiantes en las aulas de Ingeniería de Minas. La industria y las instituciones educativas deben colaborar estrechamente para anticipar las necesidades futuras del mercado laboral y adaptar los programas de estudio en consecuencia.
Desde la perspectiva de quien redacta, sería deseable lograr un equilibrio entre la oferta educativa y la demanda laboral. El futuro inminente descrito en estas líneas genera inquietud sobre el posible desempleo que podrían enfrentar los nuevos ingenieros, lo que lleva a cuestionar la validez de mantener una oferta de ingreso tan amplia.