Por Leticia del Pilar Campos Olivares, académica del Departamento de Ingeniería de Minas Universidad de Atacama, Copiapó.
En estos meses de vacaciones los niños y niñas juegan con los regalos que recibieron en las recientes festividades. Lo hacen con set de herramientas para construir casas, con botiquines para jugar a ser médicos o cocinas para crear variada comida con barro o lo que tengan a mano. Pero todos estos juguetes representan lo que muchos sueñan ser cuando grandes. Lamentablemente podemos sostener que pocos piensan con querer ser en su adultez, minero o minera; eso es algo que viene con el tiempo, cosa rara en un país que vive de la minería, y donde la difusión de esta hermosa labor debería ser recurrente.
Poco se conoce lo que hacemos en este oficio, de sus historias, leyendas, de sus luchas sociales que han repercutido en la vida de los trabajadores de nuestro país, del maravilloso mundo de los minerales y de tantas otras cosas que atesoramos los que estamos vinculados a este sector. Es por eso que necesitamos más difusión de esta actividad, que cada niño o niña de Chile piense alguna vez: “de grande quiero ser minero».
A pesar de todo esto, durante todo este tiempo que me he dedicado a la educación minera, he escuchado o presenciado varias historias que hablan de la relación de los niños con la minería o con la Escuela Minera de la Universidad de Atacama. Algunas muy graciosas, otras reflexivas, también emotivas… y hoy quiero compartir algunas:
Cierto profesor al cual le tengo gran aprecio, me contó que cuando era niño vivía en el pueblo de Laraquete, pequeña caleta de pescadores en Arauco. Cierto día, para ayudar a sus vecinos, llevó unos caballos a tomar agua al río; ahí vio a un hombre que dirigía la construcción de un puente. Le llamó mucho la atención que tenía un equipo, algo así como una máquina fotográfica antigua. Se acercó al hombre, el cual le permitió mirar por el equipo: era un taquímetro. Él, como niño, quedó fascinado, y al ver su emoción, el profesional le preguntó qué quería ser cuando grande. En ese momento no sabía, por lo cual no tuvo respuesta; pero rápidamente el pequeño preguntó: “¿Y usted qué estudió?” El hombre del taquímetro respondió: “Estudié para ser topógrafo en la Escuela de Minas de Copiapó”. El pequeño Manuel jamás lo olvidó; pasaron los años, y llegó a estudiar a la misma escuela, la misma profesión.
«Podría contar una infinidad de historias de niños y su vinculación con la minería, experiencias con el grado de genialidad que tiene la inocencia… Pero quiero centrarme en lo bonito que sería que se pusiera en valor la labor que realizan cada día los hombres y mujeres que se dedican a esta actividad, que con su sacrificio y valentía permiten que nuestro país sea un líder mundial en minería».
En otra oportunidad, mi sobrina me preguntó: “¿Qué es eso que está allí?” Le respondo: Un cerro. “No –me insiste– eso plomo”. Le digo que se trata de un relave. “¿Y qué es un relave?”, continúa curiosa. Le explico en palabras simples: Desechos de una mina. A lo que me responde: “¡Tanto!”
Recuerdo otra ocasión en que haciendo una actividad de vinculación con el medio, a la cual invitamos a Escuelas Básicas de Copiapó a conocer la Escuela de Minas, una niña que entró a la Mina Escuela ubicada en los jardines de la Universidad, le dijo a uno de los monitores que nunca más se iba a portar mal con su papá, porque comprendió que la vida del minero eres muy sacrificada.
Otras anécdotas que se vienen a mi cabeza, son cuando vi que un pequeño hacía excavaciones en su patio, porque quería construir una mina subterránea (esto cuando los 33 mineros de Atacama, quedaron atrapados en la Mina San José), o cuando un niño que había guardado un trozo de carbón, me dijo que lo iba a poner debajo de una gran piedra para transformarlo en un diamante; lo encontré genial. O cuando escuché a una niña de cinco años llamar a su tío por teléfono, porque quería saber cómo “crecían” los zafiros, y además que le trajera una la faena minera donde él trabajaba. Ella ignoraba que no existen yacimientos de esta piedra preciosa en esta parte del mundo, pero su perspicacia fue notable.
Podría contar una infinidad de historias de niños y su vinculación con la minería, experiencias con el grado de genialidad que tiene la inocencia… Pero quiero centrarme en lo bonito que sería que se pusiera en valor la labor que realizan cada día los hombres y mujeres que se dedican a esta actividad, que con su sacrificio y valentía permiten que nuestro país sea un líder mundial en minería.